GILGAMESH EL INMORTAL: RESURRECCION

$9.000

Por Ariel Avilez (*), especial para NOVA

“Gilgamesh, el inmortal” vuelve al barrio y sin previo aviso. Está anunciado para la primera semana de febrero, y vuelve dentro de la activísima colección Lo Mejor De..., de Doedytores, que compila en libro las historietas más destacadas de las publicaciones de distintas épocas.

En este caso, el rescate se hace del interior de la revista D’artagnan -pero en piadoso blanco y negro- de fines de la década del 90: se trata de los únicos cinco episodios de Gilgamesh que realizó la histórica dupla conformada por el guionista Alfredo Grassi y el dibujante Lucho Olivera.

Tiene esto el plus, además, de ser la última obra hecha en conjunto por el par que había comenzado a descollar a mediados de los setenta cuando les tocó hacer Dick el Artillero -una deportiva que había comenzado a dibujar José Luis Salinas- para la King Features Sindicate yanqui, y luego inspiradísimos unitarios y series de ciencia ficción para Ediciones Record -Skorpio y sus revistas hermanas-: Galaxia Cero, Yo Ciborg, Ronar y Planeta Rojo.

Estos episodios del Gilgamesh de Grassi y Olivera, publicados originalmente entre 1997 y principios de 1998, forman parte del último manotazo de ahogado de Editorial Columba para recuperar lectores y zafar de la inevitable quiebra produciendo nuevas historias de personajes clásicos pero con nuevos autores: Precinto 56, por Ray Collins con Alfredo Flores y Andrés Paez; Nippur de Lagash, por Robin Wood con Walther Taborda, primero, y luego con Sergio Ibáñez; El Joven Nippur, de Robin Wood con Gabriel Rearte; Mark 2, por Pablo Muñoz -sucedido por Wood y Eduardo Mazzitelli- y Sergio Ibáñez.

El intento no funcionó, y al poco tiempo la editorial no pudo darse el lujo de seguir solventando este esfuerzo de producción y decidió discontinuarlo, tras lo cual Columba capotó definitivamente. No obstante, todo este material tiene un encanto especial porque representa un audaz intento de modernización de auténticos monstruos sagrados; es un ir contra la corriente de aquel no tan viejo adagio que dice “los éxitos no se tocan”.

En el caso de Gilgamesh, salvo en lo que respecta al aspecto del protagonista, el cambio es notable: realmente comienza la historia de cero, desconoce las etapas previas con otros guionistas -entre ellas la de Lucho Olivera, creador de la serie- y se anima a establecer un nuevo canon. La modernización también pasa por el abandono de los grandes bloques de texto -aquí prevalecen los diálogos breves pero voluntariamente ampulosos- y la inclusión de desnudos y escenas eróticas, algo impensado apenas tres años atrás, cuando se había dejado de hacer la serie.

También resulta novedoso el modo en que Gilgamesh se pasea por la Historia de la Humanidad: mientras que antes debía esperar pacientemente el transcurso de los siglos y milenios, ahora la cosa va de una especie de máquina del tiempo gracias a la cual puede ir a codearse con Moisés, Barrabás, Lázaro, Sigmund Freud, Adolf Hitler... Historieta pochoclera de primer nivel.

Hagamos un poquito de historia acerca del personaje: enero de 1970 -hace cincuenta y un años-, sale a la calle Yo Gilgamesh el Inmortal, la historieta inaugural de la serie que se publicó en la revista D’artagnan hasta el año 1998.

Su creador, Lucho Olivera, la pensó como una aventura unitaria, y tal vez por eso en ella está todo. Basándose en un antiquísimo relato -el primero escrito por el hombre- protagonizado por un héroe sumerio, el historietista correntino se las arregló para, en tan sólo dieciséis páginas, contar el modo en que el rey de una ciudad de la Antigüedad recibió la inmortalidad de manos de un extraterrestre agradecido, para luego desencantarse de ella al descubrir que no morir es una bendición envenenada: esta lección la aprende viviendo de primera mano la Historia de la Humanidad -avances científicos, artísticos, humanísticos, guerras y más guerras- hasta el año 1984, cuando se produce la explosión atómica que acaba con toda vida orgánica, menos la suya, claro, que para eso es inmortal.

Con ese tremendo punto de partida y a pedido de la editorial, Lucho accedió a continuar narrando la historia durante nueve episodios más; se encargó de los guiones y dibujos hasta 1973, y en cuatro años terminó de sentar las bases sobre las cuales sucesivos guionistas -y él mismo, porque nunca dejó de dibujarla- edificarían un sólido castillo conformado por casi tres décadas de historietas.

Con afortunadas variantes, los escritores Sergio Mulko, Robin Woody Ricardo Ferrari, no hicieron más que ampliar y desarrollar cada uno con su gracia particular los elementos presentes en los capítulos iniciales: la etapa sumeria del rey de Uruk, su encuentro con el marciano inmortalizador Utnaphistim, su paso por la Historia, su hartazgo de la vida, su interacción con inteligencias artificiales, su papel fundamental a la hora de preservar la especie humana, sus viajes por el espacio, su encuentro con extraterrestres y entidades cósmicas todopoderosas, el carácter cíclico de la Historia.

Hasta que llegó Grassi, claro, y borrón y cuenta nueva.

(*) Redactor especializado en cómics.